Cerdeña



Cerdeña se revela ante nuestra mirada como un lugar de contradicciones. Desde el mar nos llegan los primeros impactos de una costa abrupta que no tiene nada que ver con las imágenes de postal de sus famosas costas. Sorprende un paisaje marrón, casi desértico que va transformándose, poco a poco, en lugares repletos de vida, en azules, en rojos, en verdes turquesas que contrastan con el negro de las ropas tradicionales que visten hombres y mujeres en el corazón de la isla. Esta invita a perder el tiempo sentado para contemplar amaneceres y atardeceres silenciosos, serenos, intensos y luminosos que en algunos lugares pueden dejarte marca debido a las legiones de mosquitos que chupan tu sangre ávidos de “savia nueva”.

La mirada se pierde en el horizonte de un banco bien ubicado en lo alto, de un mirador o en los murales que salpican la mayoría de los pueblos de interior donde las reivindicaciones no se hacen a gritos sino a golpe de pintura e inteligente crítica escrita que los jóvenes parecen postergar al pasado con el estruendoso ruido que surge de sus motos mientras cabalgan por los desgastados adoquines de pueblos prácticamente condenados al abandono.

Las Cuevas de Neptuno, el Parque Natural Regional de Porto Conte, carreteras panorámicas como la que transcurre entre Alghero y Bosa o localidades como Dorgali, consiguen que la vista se nutra de momentos, de recuerdos inolvidables, de infinitos colores y transformaciones en el paisaje que hacen creer que viajas a través de un vasto continente y no de una isla.

Mientras caminas o vas conduciendo, no solo el paisaje distrae tu atención, lo hacen los infinitos y bien mezclados aromas que salen de las cocinas, de las casas particulares, de las tiendas especializadas en productos autóctonos.


Si hay una característica que se repite en la isla es su capacidad para ser tocada, para conocerla con el roce de los dedos. Cerdeña se entiende mejor cuando atrapas agua del mar Mediterráneo entre tus manos, cuando palpas los diferentes tipos de arena que encuentras en las playas, cuando tocas los exquisitos bordados de los trajes típicos sardos o acaricias con cuidado sus plantas aromáticas. Cerdeña es un juego de texturas que te invitan a experimentar con tus manos. Desde las piedras megalíticas, hasta los complejos nurágicos, desde la fina arena de la playa hasta los restos arqueológicos de Tharros.

Lugares como el Nuraghe Losa, la espectacular concentración de piedras en equilibrio del río Piscinas, los mantos bordados creados por mujeres artesanas, los turrones de Barbaglia elaborados por manos expertas o las redes que atrapan al pescado fresco que inunda después las cocinas, son solo un pequeño ejemplo de lo que Cerdeña regala para ser experimentado a través del tacto. Pero Cerdeña también se siente con el contacto de sus habitantes, con una mano que te estrecha la tuya en cuanto te conoce, con abrazos sinceros. 

La isla del viento, otro de los sobrenombres con el que es conocida Cerdeña. El Mistral se convierte en el sonido que te acompaña a lo largo del periplo sardo. El sonido del viento que brama y esculpe rocas imposibles, que crea lugares de ensueño como playa Piscinas. El sonido de Cerdeña es el sonido de la tranquilidad, del respeto por las tradiciones locales que se escuchan en las voces de los sardos cada vez que se sientan a tu lado y te cuentan historias, tradiciones, leyendas o los secretos sobre su admirada y apreciada longevidad. Pero Cerdeña es también el sonido del mar, de las gaviotas, de los albatros, el sonido de diferentes lenguas e idiomas que se entremezclan sin complejos: alguerés (derivación del catalán), italiano, sardo.

Si llegas a Cerdeña pensando que encontrarás los típicos restaurantes de pasta italiana o pizzerías, estas equivocado, el sabor y los ingredientes te hablarán de algo diferente, de una cocina que se nutre de las huellas que fueron dejando las diferentes civilizaciones y pueblos que han pasado por la isla. 

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